jueves, 4 de septiembre de 2008

Las chapas

He notado que aún con un poco más de dos décadas de vida soy dueño de muchas manías, las cuales se resisten a abandonarme por más que pase el tiempo; siguen adheridas a mí atándome finamente, como por una hilacha, a una inmadurez que la sociedad no mira con muy buenos ojos. Esto no significa que sea un maniático loco salido de una película de Jack Nicholson (es probable que lo sea, pero que no me de cuenta), sin embargo, esto que les voy a contar, que quizás para ustedes raye en lo extraño, para mí evoca épocas de infancia felices en las que echar a volar la imaginación era una tarea obligada ante la ausencia de play stations y juegos electrónicos o computadores de alta calidad como los de hoy.

Lo que sucede es que tengo por costumbre, en cada casa que llego, observar con un detenimiento especial las alfombras que adornan aquellos hogares. No me refiero a los sofisticados cubrepisos de muro a muro que hoy son comunes, sino a la clásica alfombra rectangular que ocupa un lugar central en los livings rodeada por sillones y con una mesa de centro puesta sobre ella en la mayor parte de los casos, se que ustedes saben de lo que hablo. Esta fijación se remonta a hace unos 15 años atrás, cuando conocí un juego, gracias al primo P… genio inventor del mismo, que marcaría mi niñez. Un juego que evoca las más puras pasiones futbolísticas que nos alentaban, un juego impregnado de magia y demandante de especial destreza, simplemente: “las chapas”.

Las chapas no era nada más (ni nada menos) que dos grupos de once tapas de alguna bebida o cerveza (de esas tapitas de metal) puestos uno frente al otro sobre las alfombras mencionadas que simulaban la cancha de fútbol, obviamente las dos oncenas de chapas deberían distinguirse una de la otra para que nosotros mismos las maniobrásemos poniendo en marcha un gran encuentro del deporte rey. ¿Y el balón? Una polca (bocha) de leche o una de esas multicolores “enchulada” con corrector de tal forma que se asemejara lo más posible a un balón de fútbol en miniatura.

Con prontitud nos volvimos fanáticos de este nuevo descubrimiento. Tardes de sábado enteras eran testigos de nuestros partidos cronometrados, por si fuera poco, fielmente por un tercero el cual hacía las veces de una especie de veedor de FIFA fuera del campo de juego. Sí, solamente veedor, porque cabe señalar aquí que aquel que maniobraba el encuentro era a su vez árbitro, jugador e hinchada –imitando los cánticos impostados de las barras bravas- de ambos equipos, por lo cual se hacía muy difícil tratar de otorgar imparcialidad al juego y, para que estamos con cuentos, los partidos los ganaban siempre los equipos de nuestros amores, los hacíamos para aquello. Implementamos campeonatos nacionales, llevábamos el registro de los jugadores, el de las formaciones; elaborábamos las tácticas de juego: que el 4-4-2, que el 3-5-2 que el 3-6-1, y con solo unos pocos años de edad. Creamos un novedoso sistema de transferencia de pases, emulando las grandes ligas, en el que cada club contaba con un fondo determinado para contratar futbolistas, en donde las transacciones se hacían ni más ni menos que en dólares, en fin, un cúmulo de elementos que circundan el espectáculo futbolístico de nuestros días. Ensayábamos nuestro propio programa radial deportivo que llevaba en vivo y en directo todas las transmisiones de los encuentros con todo lo que ello ameritaba: notas en vestuarios, relatos y publicidad; estaba presente la magia de la radio en nuestro propio mundo de magia y fantasía.

Hasta que un día, un negro día para mí, el abuelo incurrió en un acto que para el niño de ese entonces resultó imperdonable. El “Tatita”, como lo llamamos siempre, había reparado en la aparición frecuente y cada vez más constante de hormigas que desfilaban imperturbables por los rincones de la casa, les siguió la pista y con espanto vio que nuestros “futbolistas” eran la causa de tan terrible invasión, claro, la dulzura de las chapas había atraído a las visitantes que hicieron en ellas su nido. Enfurecido por tal descubrimiento y ensañado con estos cabros de mierda arrojó rápidamente las tapas al tacho de la basura sin que los jugadores, antes con la vida que nosotros le otorgábamos, pudieran alegar o hacer algo en su defensa. “Me cortaron las piernas” diría un tal Maradona.

Las lágrimas de rabia no se hicieron esperar para deslizarse por mis mejillas al verme sin mis jugadores, aquellos que tanto esfuerzo de niño, que tantas visitas a las botillerías me habían demandado. Logramos juntar algunas nuevamente con P… transcurrido un buen tiempo, pero ya no era lo mismo, habíamos crecido.

Hoy, absorto mirando mi alfombra rectangular escenario de tantos clásicos Colo-Colo v/s la “ U”; la Católica v/s la “U”, siento el olor de las chapas mientras veo perplejo como todo lo que creamos e implementamos en nuestros “años mozos” están dentro de un disco duro de un computador, con el nombre de “Pro evolución” o “FIFA 2008”. Sin embargo se me infla el pecho al pensar: fuimos pioneros, nosotros, la última generación cuerda.

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