¡“No te vayas muy lejos, cabro”!. Fue lo último que alcancé a oír antes de atravesar y cerrar tras mí la puerta de la calle. Era la voz de mi madre desde la cocina la que a menudo me recomendaba no alejarme demasiado de la casa, cosa que aceptaba a regañadientes y con un poco de vergüenza, sobre todo en momentos que mis amigos me esperaban en el antejardín para la pichanga de la tarde, el ring-ring raja habitual, el “libre” o cuanta lesera se nos ocurriera inventar para entretenernos un rato y olvidarnos lo más pronto posible de la profe de matemáticas que nos agobiaba con las divisiones por dos números o de aquella tarea que había quedado sin resolver en la mochila. Como enjambres, los amigos y amigas comenzaban a salir a la calle. Las luminarias comenzaban paulatinamente a encenderse con la puesta tempranera del sol valdiviano y nosotros ahí, imperturbables, hubieran tres grados Celsius y el vaho saliera a raudales por nuestras bocas o cayera esa llovizna suave que en el sur pareciera que empapara el doble, para eso estábamos bien provistos: parcas multicolores, guantes, gorros de lana, y uno que otro más elegante con guantes y bufandas tejidos por mamá, eran parte de los “arsenales” anti-frío.
Esa tarde Algo nuevo rondaba en el aire, lo habíamos visto en los mayores. Era la noticia de la semana. Un producto de importación había llegado para quedarse. Veíamos con expectación como los cabros mayores golpeaban la espalda del “Mauri grande” -le decíamos así para diferenciarlo del Mauricio que era coetáneo nuestro- o del “Manuel grande” -la misma historia que la de los mauricios- que siempre se llevaba todas las premiadas y, para que estamos con cosas, los cabros lo buscaban para hacerlo sufrir. Nos matábamos de la risa, también, cuando el Marco, puesto como una especie de poste y con alguno de los dos anteriormente nombrados entre las piernas, hacia repetir extraños conjuros a los demás participantes quienes golpeaban en forma simultanea el lomo del “burro” diciendo, por ejemplo: “¡Condorito, fue a la luna y se trajo un plato de porotos!” y como se supone que en la luna no existen los platos de porotos, quedaba como “burro” aquel que no lograba hacer esa reflexión y repetía la frase entera despreocupadamente. Pronto los más chicos nos incorporamos a esta moda, adoptamos el nuevo juego, a nuestra manera por supuesto, inventando nuevas pruebas, unas más inofensivas que otras. Como no recordar cuando el “poste” gritaba: ¡huevo duro! Y todos los que estábamos tras el burro adoptábamos rápidamente una posición muy parecida a la fetal, agachados, debiendo quedarnos tieso y no abandonar por nada nuestro estado ante el empujón que le correspondía darnos al burro. Nosotros solamente sabíamos el dolor que aquello nos traía; como las piedrecillas se incrustaban en la espalda, pero relegábamos ese sufrimiento por vengarnos una vez más del burro.
“Juguemos al Condorito cabros”, fue lo que se oyó desde ese día y por un buen tiempo en la población. Claro, nosotros lo llamamos así porque veíamos que lo que más abundaba en el juego eran alusiones al personaje de historietas creado por Pepo y no sabíamos que estábamos en presencia de uno de los juegos de calle más entretenidos creados por los niños chilenos a fines de los 80`y comienzo de los 90’: La Tartaramusa.
Honra y Gloria al o a la genio inventor(a) de este gran juego.
A continuación hagamos memoria; un pequeño instructivo técnico de cómo se practicaba el juego, extraído del portal Wikipedia:
Integrantes:
- Se necesitan 4 personas como mínimo. Es ideal jugarlo por lo menos entre 6.
- Una persona, quien dirige el juego, es llamada "Palo". Este palo de preferencia debe ser un gran conocedor del juego, sus reglas, y en general una persona de gran humor y sarcasmo de forma que el juego sea entretenido.
- Una persona es el "Burro", quien es el desafortunado de turno.
- Los demás participan en las pruebas, y si caen en las trampas que tienen pasan a ocupar el lugar del burro.
Posición Normal
El palo debe colocar la cabeza del burro mirando hacia abajo entre sus piernas. Los participantes se ubican alrededor del burro
Canción Principal
- A la tartaramusa, cuchillitos, tenedores, cucharitas, cucharones, ¡¡pica la pulguita, sí, señores!!
- Durante la canción, se adopta la posición normal y los participantes goplean suavemente con la yema de los dedos la espalda del burro.
- En la parte "pica la pulguita, sí, señores", los participantes pellizcan al burro como si fueran pulgas, y sólo mientras dure la frase.
- Luego de esta canción, el palo anuncia la siguiente prueba.
Pruebas
Existen múltiples pruebas para este juego
Carta a la Abuelita
2 comentarios:
No conocía ese juego. Bueno, es que en el campo se jugaba a otras cosas. Yo jugué a las visitas, al luche, a la pelota con los niños, tuve un caballo con cabeza de plástico, muchos cachorros de verdad, jugué a resbalarnos en cartones por el cerro, a construir casas de muñecas con cassettes, y antes, un poco antes, también tuve un amigo imaginario.
Ese juego no es de los 80 sino de los 60.
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